30/9/17

Identidad en La leyenda de Taita Osongo


Tapa de la segunda edición de
Fondo de Cultura Económica (México)
que la estrenara en castellano en 2006
Más de una vez he afirmado que La leyenda de Taita Osongo es una novela sobre la esclavitud. 

En realidad es una novela sobre la identidad. 

Para empezar, sobre la identidad cubana, que es una identidad mestiza forjada en el crisol sangriento del sistema esclavista. Para seguir, sobre la identidad de mi familia puesto que la historia de amor entre Alma y Leonel evoca -con todas las libertades indispensables a la ficción- la difícil relación entre mis abuelos paternos (mi abuelo blanco no asumió públicamente su relación con mi abuela, mestiza de africano y aborigen, ni dio su apellido a los dos hijos sados de aquella unión).


Y también es una novela sobre mi propia identidad, que se me reveló en la escritura y reescritura, a lo largo de 18 años (en Cuba, Brasil, Dinamarca, Francia y Argentina) que separaron el manuscrito original y su primera edición en libro.

La leyenda de Taita Osongo es también una afirmación de mi identidad literaria. 

Si se me reveló recientemente; al inspirarme en Wifredo Lam para realizar las ilustraciones de la nueva edición francesa (La légende de Taita Osongo. Editions Orphie. Saint-Denis de La Réunión, 2017), ya en la primera versión de la novela recurrí a las dos fuentes –europea y criolla- de mi formación literaria. 

De dos cuentos de Caballito blanco (1974), el clásico infantil de Onelio Jorge Cardoso, tomé los personajes de la serpenta y el murciélago...






... Mientras que del cuento popular ruso “El rey de los mares y Elena la Sabia” (Alionushka. Progreso. Moscú, 1980) la estructura del capítulo XVIII (que es el penúltimo de la novela, pero uno de los primeros que escribí).


 ilustraciones del cuento "El rey de los mares y Elena la Sabia”
en la versión que leí a principios de los años 1980


En aquella primera versión, que recibió en 1984 el premio Heredia en Santiago de Cuba con el título de “El amo y el mago o La leyenda del algarrobo y la orquídea”, el protagonista no se llamaba Taita Osongo. Fue en Nicolás Guillén que encontré no solo su nombre, sino el del país imaginario de África en el cual mi personaje es rey y brujo: Sóngoro Cosongo. A finales de los años 90, cuando yo procuraba dar mayor espesor al personaje y trascendencia al mensaje global de la novela, me di cuenta de que yo no habido partido de una recreación de las auténticas culturas afrocubanas (que verdaderamente descubrí viviendo en Santiago de Cuba entre 1981 y 1984, precisamente), sino desde una postura ideológico-estética que me pareció similar a la de Guillén cuando inventó sus “poemas-son”. Tomar la sonora expresión imaginada por el gran poeta mulato cubano para nombrar a mi héroe y su país, me permitió introducirme en la tradición de  Motivos de son (1930) y Sóngoro Cosongo y otros poemas (1931)… que, dicho sea de paso, tuvo más impacto que continuidad en la literatura cubana.  

Una tercera influencia literaria “a posteriori” es la de Lino Novás Calvo con su biografía novelada Pedro Blanco el negrero.  Tras leer mi recién premiado manuscrito, mi colega Excilia Saldaña me dijo, con su habitual superioridad, que la huella de Pedro Blanco era demasiado evidente. Solo que en 1984 ese gran escritor cubano –partido al exilio- había sido desaparecido del panorama literario y editorial de la Isla, y creo que ni el título de su esencial libro me era conocido. No vine a leerlo hasta el año pasado, en la muy defectuosa edición de Letras Cubanas (La Habana, 1997) que hallé en una polvorienta librería habanera. 

Que mi antagonista se llamara Severo Blanco no fue más que una manera de caracterizar al personaje desde su nombre (recurso que ya había utilizado en mi primer libro, publicado en 1983), pero lo cierto es que, mientras leía Pedro Blanco no dejaba de decirme, asombrado, que Novás Calvo escribió, con gran anticipación y genio inalcanzable, la biografía real de mi personaje. 




Editorial Capiro. Santa Clara (Cuba) 2010
Termino con las ilustraciones de la nueva edición francesa. Algunas las había creado para la primera edición cubana (Editorial Capiro. Santa Clara, 2010), pero la mayoría son de finales de 2016 y busqué deliberadamente la influencia de Wifredo Lam. 









Este pintor afrocubano, nacido el mismo año, en la misma ciudad y en el mismo ambiente étnico-social que mi abuela paterna, me ofrecía más que esos detalles biográficos: una referencia gráfica cuya dimensión no necesito exaltar y que me hacían sentir a mis personajes más auténticos. La tapa es un claro homenaje a “La Jungla”, obra maestra de Lam y sin dudas uno de los mayores logros de la plástica cubana de todos los tiempos. 

una de las ilustraciones estrenadas por la versión
Orphie, 2017
             
                      tapas de la segunda versión francesa: Editions Orphie. Saint-Denis, 2017

Wifredo Lam. "La Jungla" (1943). Museo de Arte Moderno, Nueva York 

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